Cómo aprendí a estar solo… viajando

 No fue una decisión. Fue una consecuencia. Y terminó siendo una de las mejores cosas que me ha pasado.

 

Siempre fui sociable. O eso creía. Me gustaba la compañía, los planes compartidos, las risas entre amigos. Pero un día, por una mezcla de circunstancias (un viaje cancelado, un billete comprado, y una necesidad interna de moverme), me encontré viajando solo.
Sin quererlo, empecé un viaje externo… que se volvió profundamente interno.


🛫 El primer miedo: estar solo “de verdad”

Llegar a un país nuevo sin nadie esperando. Comer sin conversación. Pasear sin compartir.
Los primeros días sentí una especie de vacío ruidoso. Como si me faltara algo todo el tiempo.
Pero no era falta de compañía. Era falta de costumbre.


🌿 El silencio se volvió espacio

Poco a poco, dejé de revisar el móvil cada minuto. Dejé de buscar rostros conocidos en multitudes anónimas.
Empecé a caminar sin auriculares. A observar con más atención.
Y descubrí que el silencio no era ausencia. Era presencia.


Descubrí que podía disfrutar sin compartir

Un café, un atardecer, una conversación con un local, un libro leído frente al mar.
No lo conté por redes. No lo subí a ningún lado. Y sin embargo, me llenó.
Ahí entendí que no necesito testigos para que algo tenga valor.


📖 Me empecé a conocer

Conocí mis ritmos. Mis verdaderos gustos. Cuánto me gusta madrugar cuando nadie me obliga.
Cómo me afecta un lugar ruidoso. Qué tipo de comida me hace sentir en casa.
Estar solo me quitó el ruido externo… y me reveló la voz interna.


🧭 Hoy viajo solo por elección, no por obligación

No siempre. Pero cuando lo hago, lo disfruto con una profundidad que nunca imaginé.
No me siento solo. Me siento conmigo. Y eso, para mí, vale más que cualquier monumento.


No aprendí a estar solo viajando.
Aprendí que nunca estuve realmente conmigo… hasta que viajé solo.
Y desde entonces, esa compañía silenciosa que soy yo mismo, me acompaña con más fuerza. Allá donde vaya.

Con la tecnología de Blogger.