Las veces que viajar me hizo llorar (para bien y para mal)

 

Porque no todo en el camino es felicidad de postal… y a veces, lo más valioso del viaje es lo que te sacude por dentro.


Viajar emociona, sí. Pero también descoloca, incomoda, confronta. No todas las lágrimas que he derramado viajando fueron de alegría. Algunas vinieron del cansancio. Otras, de una soledad inesperada. Y muchas, de la belleza absoluta.
Hoy quiero hablar de esas veces que lloré viajando. Y por qué, cada una de ellas, significó algo profundo.



😢 1. Lloré en un aeropuerto por sentirme perdido

Fue en mi primer viaje solo. Volaba desde Madrid a Santiago de Chile. Tenía miedo, dudas, jet lag y cero certezas.
Me senté junto a la puerta de embarque y, sin previo aviso, las lágrimas salieron.
No eran de tristeza ni de alegría. Eran de todo junto. De saber que algo estaba cambiando… y que ya no había vuelta atrás.



😔 2. Lloré en un tren porque echaba de menos a alguien

Iba rumbo a Florencia, y vi algo en la ventanilla que me recordó a esa persona.
Ese tipo de dolor suave, nostálgico, silencioso… que solo aparece cuando te alejas físicamente, pero no emocionalmente.
El viaje me recordó cuánto puede doler un recuerdo que no se ha cerrado.



🌄 3. Lloré viendo el amanecer en el Salar de Uyuni

Llevábamos horas sin dormir. Hacía frío. Todo era blanco y cielo.
Cuando salió el sol, el paisaje era tan inmenso, tan puro, tan ajeno a cualquier ego, que no pude contenerme.
Lloré de belleza. De gratitud. De insignificancia.



🧭 4. Lloré por perderme… y encontrar ayuda en alguien

En Vietnam, me equivoqué de bus. Estaba en medio de la nada, sin cobertura, sin idioma.
Un joven me llevó en su moto hasta la estación más cercana, sin pedirme nada.
Ese gesto tan simple me desarmó. Lloré por el miedo… y por la bondad inesperada.



❤️ 5. Lloré al volver a casa, porque ya no era el mismo

Los viajes largos tienen eso: te transforman tanto que volver a casa duele un poco.
No porque el lugar cambió, sino porque ya no encajas como antes.
Lloré al entender que crecer también es separarte… incluso de ti mismo.



Viajar me ha dado paisajes, comidas, fotos.
Pero sobre todo, me ha dado lágrimas. De las buenas. De las necesarias.
Porque cada vez que lloré, algo dentro de mí se acomodó, se limpió, se reveló.
Y por eso, hoy sé que las lágrimas también forman parte del mapa.

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