Comidas que me marcaron más que un monumento
Porque a veces no recuerdas la torre más alta… pero sí el sabor exacto de aquel plato que te hizo sentir como en casa.
He visto ruinas milenarias, paisajes imponentes, ciudades de postal. Pero cuando cierro los ojos y trato de revivir un viaje, no siempre me vienen imágenes.
A veces, lo primero que recuerdo es un olor.
Un sabor.
Una mesa compartida.
Estas son algunas comidas que se quedaron conmigo… más que cualquier selfie frente a un monumento.
🍛 1. Un dhal casero en Nepal
No estaba en un restaurante, sino en la cocina de una mujer que me alojó en su casa. El dhal era simple: lentejas, arroz, especias suaves. Pero me lo sirvió caliente, con las manos aún manchadas de harina y una sonrisa.
Fue una cena silenciosa y mágica. Como si todo el viaje hubiera sido para llegar a ese plato.
🍜 2. Un ramen bajo la lluvia en Tokio
Llovía fuerte, y me metí en un local diminuto, sin letrero en inglés. Pedí por señas.
El bol llegó humeante: caldo profundo, huevo marinado, fideos firmes.
No hablaba con nadie. Solo comía.
Fue un momento perfecto. La comida me sostuvo. Me abrigó. Me hizo sentir acompañado.
🍞 3. Pan caliente y queso fresco en un pueblo de Albania
Había caminado mucho. No había tiendas. Una señora mayor me llamó desde su puerta.
Me dio pan recién horneado, queso blanco y una rodaja de tomate.
Era lo más sencillo del mundo… y, sin embargo, no recuerdo haber probado algo tan honesto.
🥘 4. Un arroz con mariscos en Lisboa (el de la esquina, no el de Google)
Me lo sirvió un camarero que parecía no tener prisa por nada. El arroz estaba meloso, el vino era barato, y la sobremesa duró casi dos horas.
No había vista panorámica.
Pero el sabor era exactamente el de “quiero quedarme un rato más”.
🫓 5. Una tortilla en la mochila, subida a una montaña
No fue exótico, ni local. Era una tortilla hecha por mí, envuelta en papel aluminio.
La comí solo, sentado sobre una roca, con el mundo abierto ante mí.
Fue el mejor picnic de mi vida. Porque el hambre era real… y el paisaje también.
🧡 Conclusión: la comida no llena solo el estómago
Llena el alma.
Te conecta con la gente.
Con el momento.
Y, a veces, te devuelve algo que ni sabías que habías perdido.
Por eso, para mí, los mejores recuerdos del viaje no siempre están en las guías… sino en el plato.